sábado, 11 de agosto de 2012







Por su propia riqueza aromática, las flores han sido utilizadas en la elaboración de perfumes desde hace miles de años y en las más diversas civilizaciones. Pero de todas las flores, ninguna como la rosa, cuyo exquisito aroma ha estado presente en la vida del hombre de todas las épocas como una de las formas más completas de placer sensual y, como tal, símbolo de la belleza.
Del rosal, planta arbustiva de la familia de las rosáceas, cuyo origen se disputan la India y Persia (Irán), existen centenares de especies y miles de variedades. Sin embargo, sólo unas pocas se utilizan en perfumería. Las Rosa galilea y Rosa canina, originarias de Oriente Próximo e introducidas en Europa por los árabes, primero, y por los cruzados, más tarde, probablemente fueron las primeras en ser utilizadas por los monjes perfumistas medievales, que con el tiempo añadieron, mediante injertos y multiplicaciones vegetativas, nuevas variedades, como la Rosa alba. En la actualidad, las principales variedades empleadas en perfumería son la Rosa damasana y la Rosa centifolia, aunque los casi 4000 kg de flores que se necesitan para producir 1 kg de esencia han llevado a muchas empresas perfumistas a recurrir a la síntesis química, con la cual, por otra parte, en este caso no se consigue alcanzar la perfección que presenta el aroma natural. De todos modos, cabe considerar, aparte de su precio, no tanto las diferencias entre el origen sintético o natural de las materias odoríferas, como los distintos matices que ofrecen las esencias naturales según la variedad de la planta y el lugar de su cultivo. Así, por ejemplo, el perfume que desprenden las esencias de la rosa de Bulgaria (R. damascena] difiere del de la rosa de mayo (R. centifolia). Aunque carece del prestigio histórico y poético de la rosa, la lavanda también es una de las plantas emblemáticas en el mundo de la perfumería. La lavanda o espliego es una planta del género Lavandula, de flores azules en espigas, que crece silvestre en las zonas montañosas, sobre todo de los Alpes y de los Pirineos, aunque algunas variedades también se cultivan en terrenos llanos de Francia, Reino Unido y España, para la obtención de esencias que se distinguen por su fresca y suave fragancia. Estas carac terísticas, combinadas con la persistencia y durabilidad del aroma, están en el origen de la antigua costumbre de poner en los armarios bolsitas con flores de lavanda, para aromatizar la ropa y alejar a las polillas. De la lavanda se extraen tinturas y aceites esenciales que sirven de base para perfumes, aguas y jabones aromatizados, muy apreciados.
Parecidas propiedades tiene la violeta, flor de delicado perfume capaz de conferir, sin estridencias, un exquisito toque de distinción. Considerada sagrada por los griegos, que la utilizaban en medicina y perfumería, y símbolo de la primavera para muchos pueblos europeos, la violeta es una planta que crece en todo el mundo y de la que existen unas 450 variedades. La violeta de marzo (Viola odorata) es la más conocida, aunque también lo son el pensamiento híbrido, el pensamiento común y el pensamiento enano. El aceite esencial de la violeta se obtuvo tardíamente, aunque las ingentes cantidades de pequeñas flores de violeta que se necesitaban para lograr unos pocos gramos lo convirtieron en un producto muy caro. Los trabajos que realizaron los químicos durante el siglo XIX en busca de una solución culminaron con éxito en 1893, cuando consiguieron desarrollar la irona, sustancia sintética similar a la que se encuentra en el aceite esencial de violeta. Tras una saturación de perfumes de violeta a principios del siglo XX, la utilización de este aceite esencial se hizo más selectiva, y en la actualidad está presente en la estructura de los perfumes más modernos. Otra de las flores de gran importancia en la elaboración de perfumes es la del geranio, cuya singular cualidad consiste en producir distintas notas odoríferas según su variedad. Con el nombre de geranio se conocen principálmente dos plantas que, aunque ambas forman parte de la familia de las geraniáceas, pertenecen a géneros distintos: la propiamente llamada geranio (Geranium macrorhizum), que crece silvestre y no tiene olor alguno, y la llamada geranio perfumado (Pelargonium), que se ha extendido como planta ornamental y desprende un intenso olor, sobre todo cuando se sacude o corta la flor o se estruja una hoja. Las especies más utilizadas para obtener el aceite esencial de geranio son los geranios rosa (P. graveolens y P. capitatum), de suave y agradable olor, cuya esencia está presente en numerosos perfumes masculinos y que también se suele emplear para falsificar la esencia de rosas. Otras especies de geranios de cuyas flores se extraen aceites esenciales son: el geranio malva (P. odoratissimum), con suave olor a manzanas; el geranio perfumado (P. fragrans), con notas de pino, y el Prince of orange (P. crispum), que tiene connotaciones de naranja. El espíritu floral que se percibe en innumerables perfumes modernos también se basa en pétalos, botones y yemas de flores, como los del jazmín, la cananga o ylang ylang, el naranjo o el azahar, las lilas, el clavel, el narciso, la mimosa, el junquillo y el jacinto; y de las iridáceas, como la fresia, el iris, el gladiolo y el azafrán. De este conjunto cabe destacar las flores de jazmín, cananga y azahar. El jazmín es el gran aristócrata de las flores; en general, los perfumistas piensan que un gran perfume floral debe evocarlo. Originario de la India, el jazmín crece silvestre en Asia, aunque también se cultiva, por ejemplo, en Europa, donde fue introducido por los árabes, quienes le dieron el nombre de yasmin. En la región francesa de Provenza recibe una consideración especial y se le llama «la flor». Caracterizado por su fragancia dulce, persistente y con muchos matices olfativos, el jazmín utilizado en perfumería pertenece a las especies Jasminum offidnale y J. sambac, aunque también se emplean la humile, la única de flor amarilla y con reminiscencias aromáticas de azahar; el jazmín de campo o gardenia augusta, y el jazmín murraya, de olores menos suaves. A causa de la delicadeza y fragilidad de la flor del jazmín —que debe recolectarse al alba, en el momento de máximo desarrollo del olor—, los procedimientos utilizados para la obtención de sus esencias son fundamentalmente el enflorado y la extracción con disolventes volátiles. Mediante estos métodos, para conseguir 1 kg de esencia absoluta se necesitan más de 700 kg de flores, que equivalen a unos seis millones de unidades. La cananga (Cananga odorata) es conocida entre los perfumistas con el nombre nativo de ylang ylang, que significa «flor de las flores». Originaria del Sudeste Asiático, crece así mismo en Filipinas, la India y Madagascar. Sus racimos, de pequeñas y delicadas flores amarillas, cuyo aroma evoca a los del jazmín y el almendro, producen un aceite esencial que debe fabricarse casi inmediatamente después de cortar las flores. La flor de azahar se logra del naranjo amargo (Citrus aumntium amará), árbol procedente de Asia, que los romanos introdujeron en la cuenca mediterránea. Mediante destilación al vapor de sus pétalos se obtiene la muy conocida agua de azahar. Aplicando este mismo método o el de extracción con disolventes volátiles se consigue un aceite esencial llamado neroli, en homenaje a la princesa Anne Marie de la Tremouille, casada con Flavio Orsini, príncipe de Nerola, razón por la cual sus amigos la llamaban cariñosamente Neroli. La esencia de neroli —se necesitan 1000 kg de flores para obtener 1 kg— es la base de todas las aguas de Colonia, a las que confiere notas cálidas y animales. El naranjo amargo es uno de los árboles que más aportan a la industria perfumista, pues aparte de las flores, de sus hojas y ramas se obtiene la esencia de petigrain, y de la piel de su fruto, la esencia bigarada.perfume onlineHistóricamente, la rosa ha sido una de las materias primas vegetales más apreciadas en perfumería, muy especialmente por hindúes y árabes.


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